Por: Irving Vierma
La mente es, por defecto, el lugar propicio y más idóneo para ejercer el control global, impuesto por el capitalismo consumista neoliberal.
Mientras que en siglos pasados, los ejercicios de dominación eran impuestos a través de las armas, las invasiones, la fe y el poder eclesiástico de toda índole, en nuestro siglo se ha coronado la reina del consumo infinito: la publicidad orientada.
Recordemos que en el artículo anterior hablábamos acerca del el ojo humano como el canal de entrada de este nuevo tipo de invasión y control de masas. Es entonces la mente, donde se librará la guerra mundial sobre el control de las masas en su afán por incorporar más y más consumidores, la batalla del consumismo neoliberal.
La especialización psicológica en esta área del “desarrollo” industrial moderno, ha conseguido llevar hasta sus límites más críticos, una vasta cantidad de recursos y seres humanos que hace menos de 200 años era impensable.
La manipulación de imágenes, mensajes, símbolos, marcas e ideas conceptuales, han resultado en una cultura del consumo, ideada y diseñada para tal fin. Por ello encontramos como generaciones enteras van detrás de una marca o algún artículo “de moda” en un abrir y cerrar de ojos, con el frenesí característico de los adictos a sustancias controladas.
La marca, el producto, sus colores, su “target” (que en el argot publicitario significa mercado-meta, es decir, a qué y cuáles consumidores se dirige el mensaje) y la aplicación de toda su propaganda en medios publicitarios o como noticias o informaciones “profesionales” pueden hacer un cambio inmediato en la conducta de la bien entrenada mente de los consumidores modernos.
En nuestra globalizada cultura occidental, penetrada hasta los tuétanos por la maquinaria propagandística de las grandes industrias norteamericanas y europeas, podemos identificar, asimilar y responder a los estímulos que recibimos por sus medios de penetración, como lo son el cine, la TV, la radio y más últimamente el o la Internet, donde se le ha permitido a esa cultura tener cada día más “cultores”.
Los intelectuales de “mercado” conocen de tendencias. Ellos lanzan sus observaciones y comentarios disfrazados de presentadores de noticias, cantantes, líderes políticos, analistas y un sin fin de especialidades. Ellos son tristes peones de una industria que sabe y conoce que su longevidad no radica en los recursos que consumen hasta la saciedad, sino en el mercadeo y la innovación: el consumidor, ese número estadístico que usa de todo a diario, sirviendo al sistema que lo absorbe, debe necesitar algo nuevo todos los días, algo que la promesa publicitaria advierte y pueda sacarlo de su miseria y de su rutina agobiadora, hasta completar ese círculo vicioso.
Nuestras respuestas diarias hacia casi todas nuestras actividades cotidianas, tienden a estar sujetas al soporte de consumo al que nos viene entrenando la sociedad: al ver la televisión o comentar con algún vecino algo referente a tal o cual producto, demuestra que somos victimas de esa programación. Si dejamos de hablar del amor, por el “mejor” color de tinte o cual zapato es más barato o la “belleza” sustantiva de un auto último modelo o las vacaciones de lujo en algún lugar exótico al que jamás iremos o la computadora o cualquier otra cosa “necesariamente” innecesaria para el sustento de la vida… así pues, hemos caído en las garras del consumismo neoliberal