El
próximo 2 de agosto, recordamos la memoria de uno de los íconos de la
generación “Beat”, el escritor William Burroughs (1914-1997) uno de los autores
más bizarros y auténticos de dicho movimiento.
Recordemos
que la generación beat la conformó un
grupo de escritores estadounidenses de la década del 1950 y cuyo perfil se
orientaba al rechazo de los valores norteamericanos de entonces bajo el uso
indiscriminado de drogas y una explícita libertad sexual, de donde
posteriormente el movimiento hippie
tomó algunos pretextos. El gusto por lo oscuro, lo bizarro y lo caótico, define
con mucho acierto a este movimiento.
Lo
conformó Jack Kerouac, John Clellon Holmes, William Burroughs y Allen Ginsberg,
uno de los más destacados, entre otros. Juntos encontraron afinidad de gustos
por las ideas que los unían, el jazz, el uso de drogas y alcohol y su constante
reacción ante el llamado “stablishment” norteamericano. Una especie de contra
movimiento cultural que antagonizaba con el delirante y novísimo “sueño
americano” de la post guerra y su replanteada economía que motivaba el consumo
de las masas como única alternativa para el surgimiento económico de la nación
estadounidense, agobiada por los intensos años de la guerra en Europa y el
Pacífico.
El
inefable Burroughs tuvo una vida muy agitada, la cual ha volcado en su obra llena
de anécdotas y experiencias que conformaría lo que él mismo llamó como su “espíritu
feo”, cosa que definió y aceptó luego de asesinar “accidentalmente” a su esposa
en una noche de consumo de estupefacientes y agitación. Sin titubear, él mismo
reconoció que gracias a este significativo hecho, comenzó a escribir y
convertirse en escritor, como una manera de escapar constantemente a sus
acechos internos.
Fue
detective privado y exterminador de cucarachas antes de convertirse verdaderamente
en escritor. En su juventud descubrió sus inclinaciones homosexuales y una
predilección por las armas de fuego, afición que mantuvo durante toda su vida. Su
obra más destacada “El almuerzo desnudo” (1959), la escribió en Tánger, lugar
predilecto del escritor, donde encontró más libertad para explorar con sus
motivaciones y gustos. Él decía que se abría camino escribiendo. En algún
momento dijo:
“He aprendido la
ecuación de la droga. La droga no es como el alcohol o la hierba, un medio para
incrementar el disfrute de la vida. La droga no proporciona alegría ni
bienestar: es una manera de vivir”.
Vivió
en México (lugar donde su esposa encuentra la muerte) y terminó sus días en Kansas,
EEUU a los 83 años